Nomadas de Gor
  Misiones de los nomadas
 

En los largos años que habían pasado desde que llegué por primera vez a la Contratierra, había visto muchas cosas, había tenido amores, y encontrado aventuras y peligros. Pero ahora me preguntaba si lo que estaba haciendo no era lo menos razonable, lo más extraño y falto de lógica.

    Unos años antes dos hombres, dos humanos de las ciudades amuralladas de Gor, culminaron un proceso de intrigas que se había alargado durante siglos.

Efectivamente, en nombre de los Reyes Sacerdotes, esos hombres efectuaron en secreto un largo viaje. Su misión era entregar en custodia un objeto a los Pueblos del Carro; un objeto otorgado a ellos por Reyes Sacerdotes, para ser entregado al pueblo que, según la sabiduría goreana, era el más libre entre los más bravos y aislados del planeta, un objeto que les sería entregado para su salvaguarda.

   LA SIMIENTE DE DIOSES

 Los dos hombres que transportaron ese objeto no dijeron nada a nadie, tal como les habían pedido los Reyes Sacerdotes. Se habían enfrentado juntos a numerosos peligros, y habían sido como hermanos. Pero luego, poco después de que cumplieran la misión que les habían encomendado, se enfrentaron en una guerra entre sus ciudades, y se mataron uno a otro. Y con ellos se perdió el secreto que ningún hombre conocía, salvo quizás alguien entre los Pueblos del Carro. Solamente en las Montañas Sardar pude tener conocimiento de la naturaleza del encargo que habían llevado a cabo, y de lo que habían transportado. Ahora suponía que yo era el único, entre los humanos de Gor, y con la posible excepción de alguna otra persona de los Pueblos del Carro, que conocía la naturaleza de ese misterioso objeto que una vez dos hombres valerosos habían entregado en secreto a las Llanuras de Turia. Y para ser sincero, no creo que aunque lo viese lo reconocería.

    ¿Podría yo, Tarl Cabot, humano y mortal, encontrar ese objeto y, tal como los Reyes Sacerdotes deseaban ahora, devolverlo a Sardar? ¿Podría conseguir que retornara a las cortes ocultas de los Reyes Sacerdotes para que allí cumpliese con su función única e irremplazable en este mundo bárbaro de Gor, la Contratierra?
    No lo sabía.
    ¿Qué era ese objeto?
   
    Se le podría describir de diferentes maneras. Era el protagonista de muchas intrigas secretas y violentas, la fuente de amplías disensiones internas en Sardar, de discordias desconocidas para los hombres de Gor. Era la preciosa esperanza encubierta, oculta, de una raza antigua y extraordinaria. Era un simple germen, un pedazo de tejido viviente, la potencialidad dormida del renacimiento de un pueblo, la simiente de los dioses. Era un huevo, el último y único huevo de los Reyes Sacerdotes.



EL AÑO DEL PRESAGIO

El llamado Año del Presagio dura varios meses y consiste en tres frases: el Paso de Turia, que tiene lugar en otoño; la Invernada, en el norte de Turia y normalmente al sur del Cartius, dejando siempre el ecuador al norte; y por último, el Retorno a Turia en primavera, o como dicen en los Pueblos del Carro, en la Estación de la Hierba Corta. El Año del Presagio concluye cerca de Turia, en primavera, cuando durante varios días centenares de arúspices, en su mayoría lectores de sangre de bosko y de hígado de verro, ofrecen sus augurios para determinar si son favorables a la elección del Ubar San, de un Ubar único, de un Ubar destinado a ser El Más Alto, del Ubar de Todos los Carros, de Todos los pueblos, de un Ubar que pueda dirigirles como a un solo pueblo.

    Por lo que sabía, los presagios no habían sido favorables en más de cien años. Sospechaba que eso podía ser debido a las hostilidades y discusiones entre los diferentes pueblos. Mientras la gente no desease realmente esa unión, mientras continuasen atraídos por su autonomía, mientras siguiesen alimentando viejos agravios y cantando las glorias de la venganza, mientras considerasen a todos los demás seres de otros pueblos o del suyo propio como inferiores, mientras todo esto sucediese, no se darían las condiciones para hacer posible una confederación seria, una “unión de todos los carros”, como reza el dicho. Bajo tales condiciones no era sorprendente que los presagios tendiesen a ser desfavorables. ¿Acaso pueden existir peores auspicios?

Los arúspices leyendo en la sangre del bosko y en los hígados del verro, no debían desconocer estos, llamémosles así, presagios más graves, de mayor peso que los otros. Como es natural, no sería beneficioso para Turia o para las demás ciudades más lejanas, cualquiera que fuese de las ciudades libres del tranquilo hemisferio norte de Gor, que los pueblos del sur se unieran bajo un único estandarte. Si eso ocurriese quizás guiarían a sus manadas hacia los campos más exuberantes que sus secas llanuras, hacia los verdes valles del Cartius oriental, por ejemplo, o incluso hacia las orillas del Vosk. Poco estaría a salvo si los Pueblos del Carro avanzasen. Se decía que mil años antes habían llevado la devastación hasta las mismas murallas de Ar y de Ko-ro-ba.

 
 
 
 
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